[noviembre 2015]

Tengo recuerdos de Chus Lampreave de cuando éramos pequeños. Ella era prima carnal de mi madre y recuerdo a su hemana mayor, Mercedes, muy bella, y a su madre Pilar, pequeñita y siempre sonriendo.

Toda la familia, incluida la mía, era muy católica y conservadora, y Chus se nos presentaba demasiado heterodoxa y rebelde para pasar desapercibida. De muy joven pintaba (muy bien) y era algo así como de la generación «beatnik»; apareció con un novio, como ella, Eusebio, su marido, realizador de musicales de televisón, que a todos les parecía «poco apropiado en su vestires». Cuando la vimos en El Pisito, el Cochecito o El Verdugo, nos pareció la continuidad lógica de sus excentricidades, y algunos de sus sobrinos varones empezamos a envidiarla y admirarla al mismo tiempo, pero en privado. Era un rayo de luz entre tanta oscuridad. Después perdí el trato, hasta que en 1997 le propuse participar en una campaña publicitaria para la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona, era sobre el reciclaje, y le pareció estupendo; lamentablemente redujeron de tal forma el presupuesto que fue imposible.

La he seguido siempre en la distancia y siempre he presumido de nuestro parentesco porque era la sal de la vida.

Hace treinta años, más o menos, se dedicó a viajar al Pirineo navarro para averiguar nuestros orígenes familiares que parten de la localidad salacenca de Izalzu. Llegó hasta mil setecientos y pico que pasaban a Gipuzkoa, y se cansó. Luego he descubierto una grata casualidad, hay un barrio de Zeanuri, en Bizkaia, que se denomina Lampreabe, y que algunos antepasados de parte de mi padre adoptaron como apellido, ¿será posible? ¿será casualidad?

Ha sido una lástima su fallecimiento, aunque fuera previsible.

Descanse en paz