Un 27 de septiembre de hace cuarenta y ocho años, estaba yo preso en la cárcel de Carabanchel, esperando a que el Tribunal de Orden Público, me sentenciara a 6 años de cárcel por «asociación ilícita y propaganda ilegal». Días antes habían traído a José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz a esta cárcel, ya condenados a muerte. No estaban con nosotros, en la Quinta Galería, la de los presos políticos, estaban aparte. Los funcionarios de la cárcel, mayoritariamente, nos trataban con cierta complicidad, permitiéndonos «meter cosas en la cárcel» para tener una vida más llevadera. Al amanecer del 27 de septiembre, fueron fusilados los de Carabanchel, junto con Juan Paredes Manot «Txiki» y Ángel Otaegi. Fraga Iribarne era ministro de Información y Turismo y uno de los firmantes de las sentencias de muerte.
Un plan salvaje. Nos enteramos al día siguiente y todos los presos políticos estábamos ya en una dura huelga de hambre que duró para los últimos (un gipuzkoano y yo) 21 días.
En aquella estancia en la cárcel, entablé muy buena relación con un poeta comunista muy singular, Carlos Álvarez Cruz, compartimos celda, partidas de ajedrez (era un maestro y yo un zote) y afanes. Y, de memoria, recitándomela a través de la pared para que le ayudara a memorizarla, porque no teníamos ni papel ni lápiz en la celda de castigo en las que nos metieron por estar en huelga de hambre, escribió este magnífico poema del que ahora transcribo un fragmento.
«Mientras luchaba yo con mi cabeza
Doliente en una celda de castigo,
De madrugada descuajaron trigo
De cinco espigas jóvenes. Nobleza
y error ya irreversibles. No hay belleza.
No hay ninguna belleza en lo que digo.
Cinco cuerpos de piedra por testigo
pongo sobre este abismo de vileza».
Este año me he retrasado en este recordatorio, porque a mi edad voy perdiendo un poco la memoria, pero no toda. Afortunadamente, todavía tenemos memoria.