Eduardo Urra, tan amable, me invitó a acudir a una de las cenas de ópera que organizan. No tardé un segundo en aceptar, es una debilidad mía desde muy joven. A principios de los setenta del siglo pasado participé como figurante en una de las temporadas de Ópera de Madrid; no había todavía Teatro de la Ópera y se celebraba en La Zarzuela. Tuve el placer de participar en Andrea Chénier, Tosca y Nabucco. En todos los dos primeros casos tenía que matar al protagonista, Andrea Chénier y Mario Cavaradossi, en la última me mataban a mi las tropas de Nabucodonosor cuando entraban en el templo de Jerusalén a sangre y fuego. Fue un placer inmenso escuchar entre cajas a las voces más cotizadas de la época de las que desgraciadamente no recuerdo el nombre. Si recuerdo que, por su mal hacer, provocamos que despidieran al director de escena Cayetano Luca de Tena y que trajeran al director de la Scala de Milán Antonello Dias Madao. Bueno que me enrollo demasiado. Ha sido una parada en un recodo del camino.
Bien, fui con Begoña a la cena con ópera en el Restorán El Colegio, que estaba organizada de manera muy esmerada, el servicio, extraordinario. Comencemos por la cena. Ensalada de vieira, langostinos y berberechos con vinagreta de mostaza; Tosta de txangurro con cigalas; Taco de rape en su rustido con almejas al Jerez; Escalopín de solomillo sobre salsa de Pedro Ximénez; degustación de postres. Nosotros elegimos un Gran Feudo Reserva de Chivite para toda la cena, por llevar la contraria mayormente. Todo estaba estupendo, quizás el único pero que le pondría es en el diseño de la cena, me pareció demasiado crustáceo y poca huerta, aunque, eso si, muy rico.
Y la música, una maravilla, se me iba la cabeza al teatro de la Zarzuela de Madrid de mi juventud. Destaco, sobre todo, la puesta en escena de las canciones interpretadas por Eduardo Zubikoa, llorábamos y reíamos contigo Eduardo.
Este restaurante ya está dando que hablar y dará mucho más.