Desde siempre he sido aficionado a los rosados. Cuando no tenía ni idea de vino, y poca edad, solo me gustaba beberlo, pedía clarete y me parecía más agradable para muchos tipos de comida. Y luego, a principio de los ochenta del siglo pasado, descubrí los rosados de Navarra, cuando Osasuna llevaba el reclamo en la camiseta, hace un porrón de años. Y descubrí algo distinto. Un vino muy voluptuoso, sensual… muy hedonista. Con aromas muy francos, no había que pensar mucho, inmediatamente el olfato y el gusto hablaban por si solos: fresas ácidas, fresas lácteas, claveles, chucherías … pero además con cuerpo, con estructura, con dulcedumbre, con amargor, con acidez… Cuando les conocí más, me enamoré mucho más de ellos.

rosados

La verdad es que desde hace bastante tiempo no tengo vinos preferidos en exclusiva porque sería un ranking efímero e imposible. Soy un entusiasta del placer, del hedonismo, como Aristipo de Cirene. No busco el mejor vino, vana pretensión, como si buscáramos el Santo Grial, sino lo mejor de cada uno. Y los rosados me gustan un montón. Y entre los rosados, me parecen más expresivos y golosos los que se elaboran con uvas tintas solamente, preferiblemente con Garnacha, y sin prensado, solamente con el mosto que sueltan la uvas por el peso y la gravedad, muy poco, que es más sabroso. Así se hacen en Navarra, hay más rosados en el mundo, por supuesto, pero ellos lo hacen por ley.

Algunos, bastantes, además de por ley, lo hacen por y con pasión, y… entonces… puedes tocar el cielo al probarlo.

Me gustan casi todos los vinos, blancos, rosados y tintos, tranquilos y espumosos, secos y dulces, con crianza convencional y con crianza biológica, naturales o chaptalizados…. todos, todos, todos. Pero cada uno en su sitio y a su tiempo, y en primavera los rosados la sangre alteran, y si son rosados navarros con espárragos de esta tierra, por ejemplo, frescos, a la plancha, ya es que flipas. Buen provecho.